lunes, 8 de marzo de 2010

Aún es tiempo de poner los cimientos correctos

Como algunos de ustedes saben, soy de Constitución, una de las ciudades más azotadas por el terremoto y las salidas del mar que tuvieron lugar en Chile la madrugada del 27 de Febrero de 2010. Soslayar el hecho, para mí, es impensable.

Desde que aquello aconteció, no he dejado de pensar en lo que implica el acontecimiento como acción de Dios (es decir, más allá de lo que se perdió y de lo que se deberá hacer para que las zonas devastadas vuelvan a ser habitables). Es fácil explicar el hecho en forma materialista y concluir que todo se trató meramente de un fenómeno natural, pero si somos de los que reconocemos y confesamos la soberanía de Dios, no nos conformaremos con eso.

Dios, para ser concretos, tuvo misericordia de este país. Podría haberlo dejado liso como tendedero de redes1, pero no lo arrasó por completo2. Quiso dejar que la vida continuara.

En la parábola de la higuera estéril3, sin embargo, se nos muestra que a dicho árbol no se le perdona la vida sin un propósito: Se le da tiempo para que dé fruto. Es sólo con esa expectativa que se le da otro año de vida, quedando claro que, si el plazo expira y la higuera no hace más que ocupar espacio, se la cortará irremediablemente.

Jesús enseña, antes de introducir la parábola, que las catástrofes no se limitan a exponer la culpabilidad de quienes las sufren, sino que son un anticipo de lo que espera a todos los que no se vuelven a Dios.

Nuestro caso, por lo tanto, en lugar de reducirse a una calamidad local, es una muestra de lo que le espera al mundo. Todos debemos reflexionar.

Más de alguno, creo yo, ha tenido que reconocer por la fuerza que no puede fundar sus esperanzas en lo que perece, pero me atrevo a decir que, con el tiempo, cuando no haya más réplicas ni noticias del sismo, la mayoría volverá a vivir “como en los días de Noé”4. El país, en esta hora, se consuela pensando en que “podremos reconstruir todo esto”, pero es innegable que la amenaza de una catástrofe aun más grande socava en el acto los cimientos de dicho consuelo. La Biblia, precisamente por eso, declara que nuestro fundamento no debe ser la arena del ingenio humano sino la roca de la sabiduría divina5: Nos enseña a consolarnos en la esperanza de que, si perdemos todo, y aun esta vida, gozaremos de riquezas junto a Dios en la próxima6. ¿Son estas palabras un consuelo válido para todos? Mucho me temo que no.

Jesús dijo, antes de relatar la parábola:

“Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”.

Es ahora, entonces, que debemos preguntarnos en qué se funda nuestra confianza y asegurarnos de que tenga una base inconmovible.

Si alguien creyó que yo daría consejos para convertir la casa en una fortaleza, lamento decepcionarle. Quizás en otra ocasión lo haga, pero confieso que este blog se dedica más bien a promover el ejemplo de Abraham, que, en lugar de aspirar a un palacio, estuvo dispuesto a vivir en la precariedad porque “esperaba la ciudad que tiene [verdaderos] cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”7.

[1] Ezequiel 26:5, 14

[2] Algunos creyentes no querrán decir que Dios provocó lo que sucedió, pero con eso estarán diciendo que ciertas cosas actúan fuera del control divino. Si quieren evitar esto, se verán forzados, cuando menos, a admitir que Dios quiso permitir que se produjera todo este daño, aunque, evidentemente, con ello no queremos decir que Dios se deleite viendo sufrir a la gente —así como los buenos padres no castigan a sus hijos para deleitarse viéndolos sufrir, sino para darles una buena educación—.

[3] Lucas 13:6-9

[4] Mateo 24:37-39

[5] Mateo 7:24-27

[6] Romanos 8:38-39

[7] Hebreos 11:9-10

1 comentario(s):

gurua dijo...

Amen...

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