No es raro encontrarse con gente que, hostil al evangelio, intenta definir la Navidad cristiana como la mera celebración de un mito. Afirman que el Jesús de la Biblia no existió, o dicen que, si acaso existió alguien con ese nombre, definitivamente no fue la encarnación de Dios.
¿Cómo podemos enfrentar semejantes afirmaciones con algo más que un simple «la Biblia lo dice»? Porque, por supuesto, la Biblia lo dice, pero estamos hablando de personas que, en última instancia, cuestionan precisamente la credibilidad de ella.
Lee Strobel se hace esta pregunta, y el resultado de su reflexión llena las páginas de un pequeño pero bien documentado libro titulado El caso de la Navidad.
Como cada libro de Strobel cuyo título empieza por «El caso de...», El caso de la Navidad refleja la experiencia periodística de su autor por medio de entrevistas a autoridades en la materia, preguntas muy incisivas, y una presentación muy amena de las conversaciones —Strobel sabe escribir libros que cautivan—.
El libro, así, sigue una dirección clarísima, y esta consiste en determinar si efectivamente tenemos razones para creer que el niño del pesebre era Dios y la figura anunciada por profecías muy anteriores a su paso por la tierra. Strobel pone la Biblia a prueba en cuatro áreas diferentes, y las mismas cuatro áreas componen las cuatro secciones principales del libro:
En la primera, se pregunta si las biografías de Jesús (o «evangelios») son dignas de confianza; en la segunda, analiza las evidencias arqueológicas; en la tercera, examina las presuntas características divinas de Cristo; y en la cuarta, se pregunta si en verdad las profecías sobre el Mesías se cumplen en —y exclusivamente en— Jesús.
El libro cumple muy bien su objetivo de lidiar con estas preguntas —Strobel no se conforma con las respuestas fáciles—, pero una de las formas en que ayuda es refinando primero las preguntas mismas. Que los escépticos desconfían de la Biblia no es un misterio, pero suele ser menos evidente que muchas veces lo hacen porque sus preguntas están mal enfocadas. Strobel dice: «...aprendí con el transcurso de los años que las impresiones iniciales pueden ser engañosas». Esta cita resume algo que el libro pone al descubierto (nuestra ingenuidad en la formulación de los cuestionamientos), pero a medida que los expertos contestan, entendemos que, en un gran número de casos, es cuestión de saber mirar para encontrar evidencias sólidas.
El libro también contiene información importantísima, pero aun mejor que ello, nos ayuda a pensar en los temas comprendiendo la forma en que las evidencias sustentan o desacreditan un veredicto. Strobel comparte con nosotros su experiencia en el periodismo de asuntos legales, y esto, de manera muy oportuna, aclara también la selección de sus entrevistados.
A pesar de ser un libro breve, El caso de la Navidad es un trabajo que encierra una cantidad no menor de información relevantísima sobre la persona histórica de Jesús. Es posible que las librerías no lo traigan con la misma frecuencia que los demás de su serie (como sucede, por ejemplo, con El caso de Cristo), pero para cuando aparezca en las estanterías, recomiendo enfáticamente comprar dos: uno para conservar, y otro para regalar.
El caso de la Navidad. Lee Strobel. Editorial Vida, 104 páginas.
viernes, 14 de diciembre de 2018
El caso de la Navidad
lunes, 19 de noviembre de 2018
Descendió a los infiernos
Al hablar de este libro, me pregunto cuántos siquiera conocen el origen de la frase que lleva por título. La frase proviene del credo de los Apóstoles, pero ¿cuántos conocen ese credo? ¿Cuántas iglesias siguen reconociendo su utilidad —y, en consecuencia, lo usan—?
El valor de un credo está en su capacidad de condensar verdades bíblicas esenciales, y por ello, es imprescindible que sea un fiel reflejo de lo que la Biblia dice. ¿Cumple este requisito el credo de los Apóstoles?
Para muchos, la respuesta es sí, pero las opiniones se dividen cuando llegamos a la denominada «cláusula del descenso». ¿Descendió Jesús «a los infiernos»?
Daniel Hyde sale al paso de aquellos que, aun desde los sectores más conservadores de la iglesia, han alzado la voz para decir que esta frase debería ser abandonada. Él cree que, más bien, debería conservarse, y no solo por preservar una tradición, sino porque es una doctrina esencial que, además, está llena de consuelo y seguridad para el cristiano.
Su libro, en esencia, analiza las críticas que se plantean y luego busca contrarrestarlas trazando tanto el origen como el verdadero significado de la frase. Señala que aun entre los defensores de ella se promueven perspectivas erradas, y por lo tanto, analiza las alternativas más prominentes refutándolas una a una para finalmente quedarse con la que él denomina «la visión reformada». Esta visión, en realidad, se compone de dos vertientes (evidenciando así que aun el campo reformado ha luchado con la ambigüedad de la frase), pero Hyde reconoce correctamente que son armonizables y, más aun, complementarias.
Como defensa del uso de la frase, creo que en general el libro cumple su objetivo, pero me gustaría dar algunos detalles para que se entienda por qué digo en general.
Mi propia conclusión es que el libro expone maneras válidas de entender la frase a la luz de la Biblia (es decir, se puede justificar su uso si se la explica como Hyde lo hace), pero si consideramos los datos históricos que aporta, es más difícil imponer el uso de ella. Daré algunas razones.
[Si aún no lees el libro y prefieres descubrirlo por ti mismo, te recomiendo saltar al penúltimo párrafo…]
Para comenzar, considero que la ausencia de la cláusula en las primeras versiones del credo (hecho que el propio Hyde menciona) debería refrenarnos de insinuar que un credo sin ella necesariamente «cojea» o se desmarca de la tradición. Estoy de acuerdo en que podemos preguntarnos si se justifica rechazar la verdad que contiene, pero siempre necesitamos pensar dos veces antes de poner en cuestión la sabiduría de las primeras generaciones (las cuales, admite Hyde, no incluyeron la cláusula).
Otro punto es que, si al principio la frase fue realmente usada para indicar la sepultura de Jesús (señalado también por Hyde), no puede considerarse «fuera de la tradición» a quienes la siguen entendiendo exclusivamente así. Quizás se desmarcan de otra tradición (la representada por el libro), pero en estricto sentido, no constituye automáticamente un desvío (por cierto, entender la frase como «sepultado» hace comprensible que algunos consideren redundante incluirla).
Me parece, también, que la evidencia aportada por Hyde para indicar la primera aparición simultánea de «sepultado» y «descendió…» no suena tanto como la visión que él suscribe («En lo concerniente a su cuerpo, […] descendió al estado de la muerte»), sino casi como una de las visiones que él refuta (es decir, que Cristo hizo valer su victoria ante Satanás). La evidencia dice:
«… fue crucificado y murió, descendió a las partes más bajas de la tierra, y dispuso los asuntos allí; a la vista del cual los (guardas de las puertas del Hades temblaron)».
Esto, a su vez, parece conectado con otro tema, y me refiero a la exclusión que Hyde hace de 1 Pedro 3:18–19 como base de la frase sobre el descenso («… fue y predicó a los espíritus encarcelados»). Yo no pretendo asegurar que ese texto sea, en efecto, la base de la afirmación en el credo, pero sería muy útil averiguar si los arrianos que escribieron el fragmento citado por Hyde no tenían esos versículos en mente. Hyde, en lo personal, prefiere interpretar el texto de Pedro como «la predicación de Noé» (es decir, el Espíritu de Cristo en Noé), pero eso le da la espalda con demasiada facilidad al uso que Pedro parece hacer de textos extrabíblicos como 1 Enoc (que entiende Génesis 6:1–4 como una rebelión de seres espirituales posteriormente penalizados).
Todo lo que hemos dicho nace en realidad de argumentos que Hyde usa a favor de su postura, pero que, al mismo tiempo, tienden a amortiguar el impacto de lo que busca establecer. Volvemos a encontrar esto en su explicación de la «visión reformada». Esta postura, como el propio Hyde dice, se compone de dos perspectivas suplementarias, pero no es irrelevante que, por decirlo de algún modo, haya que «tomarlas y unirlas» a partir de dos fuentes separadas. Este hecho, como mínimo, sugiere que el asunto en cuestión no se trata de una tradición monolítica, y si somos más estrictos, equivale a decir que el texto tiene más de una interpretación (!).
Otro de mis reparos tiene relación con el uso de la palabra «metafórico». Gran parte del argumento para conservar la frase consiste en explicar que Jesús realmente experimentó la agonía del infierno, pero ¿qué pasa si decimos que, en este punto, el lenguaje del credo es una metáfora? El argumento se desploma. Por otro lado, este punto plantea la pregunta de cómo deberíamos definir el infierno. El texto más recurrente que se usa para decir que Jesús experimentó el infierno en la cruz parece ser Mateo 27:46 («Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»), pero si el infierno puede explicarse así, ¿se condice realmente con el infierno que habitualmente la iglesia predica?
El debate, como puede apreciarse, está lejos de concluir, y uno termina preguntándose cuál es el verdadero impacto de la frase en las iglesias si aun los teólogos «parten por siete caminos». Hyde sostiene que la frase no es tan controvertida como sus detractores quisieran hacernos creer, y aunque tal vez tenga razón, lo ideal sería preguntarles a los propios creyentes cómo la entienden. Muchas veces, la gente guarda sus dudas para sí misma, y no pocas veces, hace lo mismo con sus objeciones.
Hay más cosas que podrían decirse, pero mi objetivo no es descartar el libro sino definir bien su alcance. Pese a ser un texto breve, contiene mucha información valiosa, y lo que personalmente aprecié más fue su organización y su capacidad de enumerar con claridad los elementos que deberían entrar en el debate.
Finalmente, es importante tener en cuenta que el libro no es una simple discusión teológica. Hyde concluye señalando el valor pastoral de la doctrina en cuestión, y lo más indiscutible es que, recitada o no en el credo, estamos frente a una verdad bíblica. No deberíamos esperar que un credo la mencione para decidirnos a predicarla, y este libro nos da razones muy claras para reconocer su valor y hacerla parte del pensamiento del creyente.
Descendió a los infiernos: Una respuesta a los críticos de hoy. Daniel R. Hyde. Sabiduría Libros, 107 páginas.
miércoles, 2 de agosto de 2017
¿Descendió Jesucristo a los infiernos?
Siempre ha llamado mi atención la naturalidad con que algunos se deshacen de la famosa frase del credo apostólico que dice que Jesucristo «descendió a los infiernos» (aunque, en este punto, me pregunto si la frase efectivamente sigue siendo famosa tras ser silenciada con tanta insistencia).
La iglesia en que crecí, por ejemplo, no la recitaba, pero nuestros libros de himnos incluían una versión del credo que la contenía y, así, uno se enteraba de que existía. Es cierto que, por un lado, la «excentricidad» de la frase parecía explicar fácilmente por qué se omitía, pero por otro, uno no dejaba de preguntarse si era normal que una congregación cualquiera se atribuyera la autoridad de censurar un credo histórico. El tema era tan sutilmente incómodo que, sistemáticamente, todos hacíamos que la discusión misma descendiera a los infiernos —no le dedicábamos más de 30 segundos cuando alguien ponía el tema sobre la mesa en alguna conversación privada—.
Sin embargo, la frase existe, y no es un tema de menor importancia que nuestros antecesores cristianos la hayan incluido en el credo. Hoy algunos ajustan el lenguaje diciendo: «descendió al lugar de los muertos», pero puesto que el credo declara eso inmediatamente antes («fue crucificado, muerto y sepultado»), solo se hace más evidente que los antiguos creyentes quisieron decir otra cosa. ¿A qué se referían? Y, más importante que eso, ¿puede justificarse bíblicamente la elección de palabras con que se expresaron?
En esta publicación, mi objetivo no es dar la respuesta yo mismo sino dirigirte a un libro que hace justamente eso y que incluso explica por qué la iglesia pierde al omitir esta cláusula del credo. Quizás más adelante publique una reseña de él, pero esperaré que el libro salga a la venta, lo cual debería suceder dentro de poco.
¿Cómo sé lo anterior? Desde hace algunos años me dedico a la traducción de libros y este es uno de mis últimos trabajos. Yo quisiera darte a conocer más libros como estos, pero debo decir que no podré lograrlo sin el apoyo de personas como tú. Actualmente, de hecho, estoy recaudando fondos de traducción, y por ello, te invito a visitar mi campaña en el sitio de financiamiento participativo GoFundMe (donde podrás ver el libro). El proceso es muy sencillo, y si lo deseas, puedes también compartir la página en tus redes sociales. Estaré muy agradecido (cualquier aporte me motivará mucho), pero por sobre todo, le darás impulso a una actividad que juega un rol importantísimo en la difusión del evangelio.