jueves, 5 de mayo de 2016

¿Por qué no celebramos la Ascensión?


Quisiera hablar de una fecha que es como el «hijo del medio». Ubicada 40 días después del Domingo de Resurrección y 10 días antes de Pentecostés, la Ascensión de Jesús pasa casi completamente inadvertida entre las dos celebraciones que la rodean. ¿Por qué nos importa tan poco?

Podríamos «culpar» a Pentecostés —por su cercanía y espectacularidad—, pero reconozcamos, también, que la Ascensión en sí misma es una de especie de anticlímax: Jesucristo sube en una nube, pero lo siguiente que hace es desaparecer —nadie celebra la oscuridad que queda tras un evento de fuegos artificiales, ¿verdad?—.

¿Cuál es el punto, entonces, de festejarla?

La Biblia dice que los discípulos, cuando supieron que Jesús se iría, se pusieron sumamente tristes (Jn 16:5-6), pero lo más curioso es que, cuando finalmente ascendió, volvieron a casa contentísimos (Lc 24:50-53). ¿A qué se debió este cambio?

Todo indica que, para ellos, la Ascensión se convirtió de forma muy real en el comienzo de algo mucho más grande que lo visto hasta entonces: ¡Jesús estaba empezando a reinar! Él mismo les dijo: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra» (Mt 28:18), y luego, cuando el Espíritu Santo descendió, los apóstoles no dudaron en conectar los dos hechos:

A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que ustedes ven y oyen. (Hch 2:32-33)

Esta conexión, sin embargo, a nosotros se nos escapa con demasiada frecuencia. Nos gusta pensar que el Espíritu ha sido derramado, pero pareciera que en la práctica perdemos de vista que quien actúa por medio de Él es el propio Cristo —exaltado a la derecha del Padre pero espiritualmente presente entre nosotros—.

Con el paso de los años, me ha parecido cada vez más claro que tanto las iglesias como los creyentes individuales pierden mucho al olvidar la actual situación de Jesús. En los mejores casos se habla de Él como nuestro intercesor (Ro 8:34; 1 Jn 2:1), pero para el resto de las situaciones, es como si Jesús no contara. Es como si sólo estuviera en una especie de congelador esperando que el Padre nos lo reenvíe.

Entendamos la Ascensión como los apóstoles

Necesitamos reconsiderar la Ascensión. Jesús no envió al Espíritu para tomarse vacaciones, sino para multiplicar su presencia y actuar a una escala muchísimo más amplia —nada menos que el mundo entero—.

Los cristianos, comprensiblemente, a veces tienen dificultades para pensar que Jesús ya está gobernando (claramente no toda la humanidad lo reconoce como rey), pero la Biblia aclara que esta etapa se desarrollará más bien como una especie de campaña militar en que Jesús tomará progresivamente posesión de lo que le pertenece por derecho. Satanás, en un sentido, sigue siendo el «dios de este mundo» (2 Co 4:4), pero lo grandioso es que Jesús debilitó su poder (Heb 2:14) y es capaz de añadir en cualquier momento nuevos creyentes a su propio reino.

Por eso dijimos que Jesús envió al Espíritu. Muchos lo conciben ante todo como una especie de fuerza que nos convierte en superhéroes, pero primordialmente no es otra cosa que la presencia de Jesús extendida. Geográficamente ilimitada. Reclamando cada rincón del mundo cada vez que una nueva persona oye la Palabra y admite para sí que lo correcto es obedecer.

A eso se refieren los apóstoles cuando, citando el Salmo 110, dicen cosas como: «Cristo debe reinar hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies» (1 Co 15:25). La terminología, sin duda, es cruda, pero nuestra propia historia debería recordarnos que, antes de obedecer a Jesús, éramos exactamente eso —enemigos que debían someterse—. ¡Qué grande es el poder de su Palabra!

Su gobierno, no obstante, se manifiesta también de otra forma, y podemos verla en uno de los textos más fascinantes que representan la secuela de la Ascensión: Apocalipsis 5-6. Allí, Jesús es retratado como un cordero que ha vuelto de la muerte y que, gozando del mismo honor que Dios, recibe de Él la autoridad para efectuar una importante misión: desatar juicios sobre la tierra rompiendo los siete sellos de un rollo-libro. Estos juicios son calamidades globales que ocurren en la época presente, pero aunque los creyentes habitan el mismo mundo, pueden tener la certeza de que dichas calamidades no están dirigidas a ellos sino que son una advertencia para quienes aún no aceptan el gobierno de Jesús.

Jesús, por lo tanto, no gobierna solamente «en el papel». Su dominio, como dijimos, debe seguir creciendo, pero la oposición que aún existe no se debe a una falta de poder sino a la paciencia con que Dios ha decidido ejecutar su plan —rescatando así creyentes de toda época y extendiendo el plazo para la rendición pacífica de los seres humanos—.

Celebremos la Ascensión de Jesús

¿No es esto, acaso, un excelente motivo para recordar y celebrar la Ascensión? Hoy en día es muy común encontrar iglesias y creyentes individuales que viven como si Satanás hubiese ganado la guerra y la iglesia no tuviese esperanza alguna de seguir creciendo. Quizás a ti también te ocurre. La Biblia, no obstante, existe para mostrarnos las cosas como realmente son, y mi oración al compartir este artículo es que cobres aliento al percibir la victoria de Jesús como quien contempla los primeros rayos del sol en la mañana. Cada vez más claros; cada vez más fuertes.

¿Celebrarás, entonces, la Ascensión? Te animo de corazón a hacerlo, pero más importante que eso, quiero alentarte a meditar en cómo el acontecimiento define la realidad de una manera radicalmente diferente —para el mundo entero, y estoy seguro de que para ti también—.

Para seguir meditando: Mateo 28:16-20 • Hechos 1:1-11 • Filipenses 2:5-11 • Salmo 2

(Aunque algunas iglesias conmemoran esta fecha el domingo anterior a Pentecostés, oficialmente el Día de la Ascensión se celebra un jueves —es decir, 5 de mayo si pensamos en este 2016—)

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